domingo, 26 de marzo de 2017

Poema La Sombra de las Alas de Ernesto Noboa y Caamaño

La Sombra de las Alas
(Ernesto Noboa y Caamaño)


Una amicizia de terra lontana.
D'Annunzio

Yo sueño que mis alas proyectan en sus vuelos
la débil sombra errante
hoy bajo claro cielo,
mañana en un distante
cielo brumoso y gris;
¡por mi nostalgia eterna, por mis hondos anhelos
de los arcanos mares, y los ignotos suelos
y las lejanas costas el soñado país...!

«Navigare est necesse» dice el arcaico lema
de mi heráldico emblema;
y en un ambiente leve como impalpable tul,
una galera ingrávida sobre las ondas rema,
y una nube ligera cruza sobre el azul...

El mar oculta un símbolo que sus voces en coro
descifran en lenguaje recóndito y sutil:
dar a todos la dádiva del cántico sonoro
y esconder muy al fondo el preciado tesoro,
avaros de su eterna riqueza juvenil.

Yo llevo en los caminos azules de mis venas
la clave del secreto de mi extraño anhelar;
¡por eso he comprendido la voz de las sirenas
y la plegaria errante de las olas del mar!

Hubo entre mi ascendencia
cierto viejo marino
que me legó estas blancas alas del corazón;
que sufrió mi dolencia
y hacia estas tierras vino
tras la joyante estela de Cristóbal Colón,
¡quizá buscando en vano la fuente de Juvencia,
como aquel noble hidalgo Juan Ponce de León!

¡Oh la emoción del ave
marina; de la nave
que parte, y quien sabe
si volverá algún día de la esperanza en pos!
¡Oh las claras orillas y los muelles flotantes,
donde hay siempre el milagro de unos ojos amantes
y el ala de un pañuelo que tremola su adiós!

Soñar que nos olvidan el Tiempo y el Destino
por gracia de un perpetuo renovarse, y vivir
la inefable leyenda de Simbad el Marino:
errar sin guía ni brújula, vagar sin rumbo cierto,
y en el azar del éxodo llegar hacia algún puerto...
¡para partir de nuevo... partir... siempre partir!

En las tardes tranquilas y las noches serenas,
cuando los astros lloran su trémulo fulgor,
tendido en el sedante tapiz de las arenas
o apoyado en la borda del barco arrullador,
¡abrir el relicario de las antiguas penas,
y ante las trenzas rubias y las crenchas morenas,
dejar que el viento sople las cenizas de amor!

Perderse cual las águilas o como las gaviotas
por el espacio límpido o ante la tempestad,
hacia las altas cumbres y las playas remotas
en un icáreo impulso pleno de majestad,
¡llevando nuevas plumas para las alas rotas,
sin que cese un instante la divina ansiedad!

Seguir todas las sendas
y hollar todas las rutas,
que mi coturno sepa de toda latitud:
descansar bajo el palio de las nómadas tiendas,
dormir sobre el basalto de las marinas grutas,
¡y que a la brisa norte suceda el viento sud!

[...]

Y al fin... ¡tal vez un día de nostalgia y espera,
en alguna ignorada tierra de promisión,
el Amor, en la prora de su barca velera,
cantando el ritmo eterno de su eterna canción,
del puerto de mi vida retorne a la ribera
y clave el ancla firme dentro mi corazón!

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