domingo, 13 de enero de 2019

Poema Sonata a Lucía de Humberto Fierro

Sonata a Lucía
(Humberto Fierro)


Y así, siempre afinados por una melodía,
convertidos ya en sombras por la melancolía
de la belleza y del amor,
¿pasaremos siquiera por otra alma de "agnoscia"
como una garza blanca que en un lago de Escocia
vive un momento su dolor?

En los nativos valles entre las velloritas,
cuando la primavera riega las margaritas
de las niñas de luz,
¿hojearán nuestros libros unas manos galantes,
merecerá siquiera de los buenos amantes
una sonrisa nuestra cruz?

¿Seremos preteridos, seremos recordados,
volverán a buscarnos los ojos bien amados
como un meteoro de pasión?
Alguna alma simpática tras la jornada brusca
conservará siquiera como una copa etrusca
las cenizas de una ilusión?

¿Cuándo ya para siempre durmamos en el Istro
nos cantará algún pífano, nos cantará algún sistro
bajo un poético ciprés?
¿Qué somos, pues, delante de las eternidades,
qué queda de nosotros, de nuestras vanidades,
sombras de Eclesiastés?

El tiempo que destruye las maravillas todas,
la tumba de Mausolo, el coloso de Rodas,
y arrasa todo en su vaivén,
todo marchita como las flores del idilio
y hasta las mismas ruinas, tal suspiró Virgilio,
Parecieron también!...

Y entonces, convencidos de la verdad tremenda,
sin que nadie nos ame ni nadie nos comprenda,
un arte que es adoración,
con rumbo hacia las playas donde ya no se escribe
desterraremos de la belleza lo que vive
al dolorido corazón?

Mas, no será posible jamás, cara Lucía,
que tu amistad viviera como la flor de un día
en tu guirnalda angelical;
y sobre las mudanzas tienes la luz tranquila
como la estrella cándida que en el azul titila
sobre el otoño terrenal!

domingo, 6 de enero de 2019

Poema El sol de los ciervos de Humberto Fierro

El sol de los ciervos
(Humberto Fierro)


En la alborada de la vida
vivía en una extensa tierra,
como una hacienda de Florida
o un condado de Inglaterra

de los gansos a las perdices
íbamos de Marte a Eros,
con los entusiasmos felices
de los antiguos caballeros.

Teníamos lacas de Kioto,
Biblias al gusto de un Nuncio,
antigüedades de Herodoto
y modernismo de D'Annunzio

la campana llamaba al almuerzo
en la santidad matutina,
y como un diablillo el cierzo
se raptaba su voz campesina...

Y aproximándose al Excidio
por las montañas de los osos,
moría un claro sol de Ovidio
entre rebaños fabulosos;

ese sol de besos dorados
que en las haciendas tranquilas
es el amor de los venados
y la dulce hadas de las lilas.

* * *

Oh las luciérnagas, los lampos
de la luz última del día!
Oh la hermosura de los campos
llenos de melancolía!

Hora en que parando el trote
del Clavileño de la Gloria,
medita triste el Don Quijote
sobre la vida transitoria

Y agonizando como magno
dice Roldán a los luceros
el fin de Don Carlomagno
y de sus bravos caballeros.

Aún suena el son de voz dolida...
Mas por designios del Eterno
todo el pasado de la vida
llora en el débil son del cuerno!

domingo, 30 de diciembre de 2018

Poema Carta de Humberto Fierro

Carta
(Humberto Fierro)


Te ofrezco estas baladas. Yo sé que cuando un día
paseas por el valle gentil como Lucía
De Lammermoor, recuerdas versos sentimentales
como en las buenas tardes de fiestas musicales
que perfumaba Abril los pífanos de oro;
y pues que tu amistad es de un beleño moro,
quisiera complacerte lo mismo que el silvano
que toca en las vendimias un aire siciliano.
Aquí te repetía que el mejor bien del suelo
es una puerta al valle y un piano sin consuelo;
aquí dice el coloquio del manantial y el viento
qué fino entre los bienes es el aislamiento
donde Musset cantara, Balzac escrito hubiera
una novela íntima de amor y de quimera.
La nieve de los montes, el fresno y el aliso,
hacen de este paraje risueño un Paraíso,
y mucho he recordado del tiempo veleidoso
que no envidiaba nada del Rhin ni del Toboso.
Pero aunque el dolor viejo, la mal cerrada herida,
sangra en los intermezzos amables de la vida;
aunque de mis quimeras y mis felicidades
me queda en el laúd el son de las saudades,
un solo día bueno borra los malos días
dejando el oro nítido de las melancolías...

Ahora que el poema silvestre de la infancia
viene empalideciendo de tonos la distancia,
y que en su silencio me habla a su dulce modo
tu casa solariega tallada por el godo,
te ofrezco este capricho como una flor de espino
cogida entre las flores humildes del camino.
Presentes en mi alma las rosas de alegría,
tu delicado acento tiene la melodía
que hace danzar los silfos bajo el frescor del haya
y el corazón dispone para la ciencia gaya.
Quizás hoy como entonces te guste algún capítulo
o un poema breve, escritos solo a título
de haber amado un tanto la vida y el detalle.
Imagínate sólo que es un sueño en el valle.

domingo, 23 de diciembre de 2018

Poema Hoja de Album de Humberto Fierro

Hoja de Album
(Humberto Fierro)


Refiere Clío en verso leve
Como un aroma de flor de nieve,
Esta leyenda que bien valiera
Lo que un ensueño de primavera.

Píramo siente la sed más loca
si Tisbe entreabre su leve boca
que tiene el tinte de una granada
en un estilo de llamarada.
pero se opone su mutia estrella
y sobre un brazo se apoya ella
cual en el arco de una lira-
mucho más bella que Deyanira,
cuando raptarla quiso el Centauro
que con sus besos la ciñó un lauro,-
mientras dardando sus ígneos oros
el sol esmalta lejanos toros.
Y ambos, que Ciprés anima igual,
para avistarse bajo un moral
cuando la luna dore el camino,
proyectan verse tras el suburbio
donde ruido capitolino
va morir turbio por entre el ansa
del jarrón dorio que se descansa
en su ventana, lleno de orquídeas,
ve las terrazas con sus irídeas,
luego su hada, viéndola sola,
llega a sumirla con su amapola
en un ensueño semideal:
y las palomas, en rota franja,
pasan manchando la luz naranja
con la tristeza de un bemol:
rauda patrulla de terciopelo
que en la montaña busca consuelo
de los divinos ayes del sol!.
Reina de la calma. No hay un ruido.
La lina brilla sobre el sendero
más que la fúlgida antorcha de Hero,
cuando su amante fortalecido
pasaba a nado el Helesponto;
las hojas secas crujen de pronto;

el buho sale de un árbol lento;
suenan las ramas que agita el viento;
caen en pétalos las rosas té,
y ante la luna que el suelo alfombra
una leona masa la sombra
a donde pálida llega Tisbé

Silencio. No alza la carnicera
la hirsuta testa, ni oye ligera
la alada planta que vuelve lista
entre el crujido de una hojarasca.
Relame el belfo, ávida masca;
ya el viento aspira que la despista;
ya con la Luna se puede ver:
ensangrentada tiene la garra
y al alejarse tiñe y desgarra
el velo que ella dejó caer

¿Qué piensa Píramo, copiando el susto
de Laocoónte? Ve con disgusto
el velo que alza del roto bloque:
la cree muerta, y con su estoque
se mata al fin!

De cuando en cuando, en el confín
revive un eco de rotas linfas
que oyen en sueño algunas ninfas
y Tisbe, húmeda la vestidura,
reaparece de la espesura.
Encuentra a Píramo ya sin aliento;
recoge el arma que enfría el viento
y atravesándose, cae al amor
del moral blanco que se estremece
con la tragedia que le enrojece
y la sordina del ruiseñor

domingo, 4 de noviembre de 2018

Poema Oyendo a Cecilia Chaminade de Humberto Fierro

Oyendo a Cecilia Chaminade
(Humberto Fierro)


¡Cuánto embarga nuestras vidas
la «kittara» de un Omeya!...
Suenan fuentes escondidas
canta pálida Sobeya...
Hay arábigos primores
de diamantes y zequíes...
Carnavales y dolores
la Kermesse en que sonríes...
Ya verás unir las manos
a una cándida oración
o hallarás bailes silvanos
al poder de la ilusión.
¡Y tu pecho se deshaz
al sentir que es el amor
la palmera de la paz
en la arena del dolor!...
También con ella gustamos
las armonías de Bach,
y en provincias añoramos
como Georges Rodenbach...
Vuelven almas consoladas
o suspiran por ahí
las damas desencantadas
de la obra de Lotí...
Cisnes interrogativos...
ojos negros como ausencias...
Largos ibis pensativos
en castalias transparencias...
o en Colonia, París, Lido...
Brujas, muerta de ilusión...
¿De qué File habrá traído
perfumado el corazón?...
¡Hoy la música florida
de Cecilia Chaminade,
me curaba de una herida
en un huerto de Bagdad!...

domingo, 28 de octubre de 2018

Poema Cabalgata bélica de Humberto Fierro

Cabalgata bélica
(Humberto Fierro)


Entre las arduas sierras andinas
marchas forzadas, marchas cerúleas
¿quién no ha visto al amor de la Historia
a Bolívar guiando sus Héroes?

¡Sudor y hierro, fríos crepúsculos!
El sol occiduo besa a los débiles,
los remisos, y pone en las cumbres
una tierna mentira de oro...

Y en los remansos del rumor bélico
se ablanda el ceño del Héroe Epónimo
victorioso, aclamado por vírgenes
coronadas de encina y de hiedra.

Tal le admiramos, y en las borrascas
todos sus triunfos de las Repúblicas,
como cuando volaba a Angostura
a dar cuenta gentil al Congreso.

Diga su nombre la Musa cívica
nunca son vanos nuestros torneos,
saludando a la América hermosa
que abrevó su caballo divino.

¡Ah, que no fuera su sueño espléndido,
ah, que no fuera su espada heráclida
y el destino de la Gran Colombia
se perdiera en la noche radiosa!

Los padres-ríos en triunfo síguenle,
el Tequendama lanza un son hímnico,
y en las astas del toro de Europa
se pasea una fúlgida estrella...

Como él un día honró en Bárbula
el corazón de Girardot,
en la urna preciosa; los pueblos
guardarán su recuerdo y su gloria.

Amada España: si voló el Cóndor
de la melena de tu cantábrico,
podéis verle en el puro infinito
sobre el mayo sin fin de los Héroes!

domingo, 21 de octubre de 2018

Poema El viajero amargado de Humberto Fierro

El viajero amargado
(Humberto Fierro)


Gris andurrial de la mañana.

El mar descorcha sus botellas
de vinos espumosos.

Bailan como muñecos
mis anhelos, oreados por los vientos;
y vanse a pique sollozando,
con las manos abiertas, distendidas.

El mar embriaga mis sarcasmos
aguja de relojes negros,
trasnochadores;
conciencia amarga de la vida.

Hastío.

Zozobras.

Gargantas temblorosas.

De día en día
preparo mis maletas;
cambio los aires y las horas!

Las grises estaciones me han dejado
el silencio de sus faroles
enfermos, de velorios;
y los puertos sus guinches y sus barcos
afiebrados de esclavos y bocinas.

Se alargan las agujas de los relojes negros.

Sarcasmos.

Bailan mis muñecos, oreados por los vientos
en el gris andurrial de la mañana.