Carta
(Humberto Fierro)
Te ofrezco estas baladas. Yo sé que cuando un día
paseas por el valle gentil como Lucía
De Lammermoor, recuerdas versos sentimentales
como en las buenas tardes de fiestas musicales
que perfumaba Abril los pífanos de oro;
y pues que tu amistad es de un beleño moro,
quisiera complacerte lo mismo que el silvano
que toca en las vendimias un aire siciliano.
Aquí te repetía que el mejor bien del suelo
es una puerta al valle y un piano sin consuelo;
aquí dice el coloquio del manantial y el viento
qué fino entre los bienes es el aislamiento
donde Musset cantara, Balzac escrito hubiera
una novela íntima de amor y de quimera.
La nieve de los montes, el fresno y el aliso,
hacen de este paraje risueño un Paraíso,
y mucho he recordado del tiempo veleidoso
que no envidiaba nada del Rhin ni del Toboso.
Pero aunque el dolor viejo, la mal cerrada herida,
sangra en los intermezzos amables de la vida;
aunque de mis quimeras y mis felicidades
me queda en el laúd el son de las saudades,
un solo día bueno borra los malos días
dejando el oro nítido de las melancolías...
Ahora que el poema silvestre de la infancia
viene empalideciendo de tonos la distancia,
y que en su silencio me habla a su dulce modo
tu casa solariega tallada por el godo,
te ofrezco este capricho como una flor de espino
cogida entre las flores humildes del camino.
Presentes en mi alma las rosas de alegría,
tu delicado acento tiene la melodía
que hace danzar los silfos bajo el frescor del haya
y el corazón dispone para la ciencia gaya.
Quizás hoy como entonces te guste algún capítulo
o un poema breve, escritos solo a título
de haber amado un tanto la vida y el detalle.
Imagínate sólo que es un sueño en el valle.
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