Hoja de Album
(Humberto Fierro)
Refiere Clío en verso leve
Como un aroma de flor de nieve,
Esta leyenda que bien valiera
Lo que un ensueño de primavera.
Píramo siente la sed más loca
si Tisbe entreabre su leve boca
que tiene el tinte de una granada
en un estilo de llamarada.
pero se opone su mutia estrella
y sobre un brazo se apoya ella
cual en el arco de una lira-
mucho más bella que Deyanira,
cuando raptarla quiso el Centauro
que con sus besos la ciñó un lauro,-
mientras dardando sus ígneos oros
el sol esmalta lejanos toros.
Y ambos, que Ciprés anima igual,
para avistarse bajo un moral
cuando la luna dore el camino,
proyectan verse tras el suburbio
donde ruido capitolino
va morir turbio por entre el ansa
del jarrón dorio que se descansa
en su ventana, lleno de orquídeas,
ve las terrazas con sus irídeas,
luego su hada, viéndola sola,
llega a sumirla con su amapola
en un ensueño semideal:
y las palomas, en rota franja,
pasan manchando la luz naranja
con la tristeza de un bemol:
rauda patrulla de terciopelo
que en la montaña busca consuelo
de los divinos ayes del sol!.
Reina de la calma. No hay un ruido.
La lina brilla sobre el sendero
más que la fúlgida antorcha de Hero,
cuando su amante fortalecido
pasaba a nado el Helesponto;
las hojas secas crujen de pronto;
el buho sale de un árbol lento;
suenan las ramas que agita el viento;
caen en pétalos las rosas té,
y ante la luna que el suelo alfombra
una leona masa la sombra
a donde pálida llega Tisbé
Silencio. No alza la carnicera
la hirsuta testa, ni oye ligera
la alada planta que vuelve lista
entre el crujido de una hojarasca.
Relame el belfo, ávida masca;
ya el viento aspira que la despista;
ya con la Luna se puede ver:
ensangrentada tiene la garra
y al alejarse tiñe y desgarra
el velo que ella dejó caer
¿Qué piensa Píramo, copiando el susto
de Laocoónte? Ve con disgusto
el velo que alza del roto bloque:
la cree muerta, y con su estoque
se mata al fin!
De cuando en cuando, en el confín
revive un eco de rotas linfas
que oyen en sueño algunas ninfas
y Tisbe, húmeda la vestidura,
reaparece de la espesura.
Encuentra a Píramo ya sin aliento;
recoge el arma que enfría el viento
y atravesándose, cae al amor
del moral blanco que se estremece
con la tragedia que le enrojece
y la sordina del ruiseñor
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