Sonata a Lucía
(Humberto Fierro)
Y así, siempre afinados por una melodía,
convertidos ya en sombras por la melancolía
de la belleza y del amor,
¿pasaremos siquiera por otra alma de "agnoscia"
como una garza blanca que en un lago de Escocia
vive un momento su dolor?
En los nativos valles entre las velloritas,
cuando la primavera riega las margaritas
de las niñas de luz,
¿hojearán nuestros libros unas manos galantes,
merecerá siquiera de los buenos amantes
una sonrisa nuestra cruz?
¿Seremos preteridos, seremos recordados,
volverán a buscarnos los ojos bien amados
como un meteoro de pasión?
Alguna alma simpática tras la jornada brusca
conservará siquiera como una copa etrusca
las cenizas de una ilusión?
¿Cuándo ya para siempre durmamos en el Istro
nos cantará algún pífano, nos cantará algún sistro
bajo un poético ciprés?
¿Qué somos, pues, delante de las eternidades,
qué queda de nosotros, de nuestras vanidades,
sombras de Eclesiastés?
El tiempo que destruye las maravillas todas,
la tumba de Mausolo, el coloso de Rodas,
y arrasa todo en su vaivén,
todo marchita como las flores del idilio
y hasta las mismas ruinas, tal suspiró Virgilio,
Parecieron también!...
Y entonces, convencidos de la verdad tremenda,
sin que nadie nos ame ni nadie nos comprenda,
un arte que es adoración,
con rumbo hacia las playas donde ya no se escribe
desterraremos de la belleza lo que vive
al dolorido corazón?
Mas, no será posible jamás, cara Lucía,
que tu amistad viviera como la flor de un día
en tu guirnalda angelical;
y sobre las mudanzas tienes la luz tranquila
como la estrella cándida que en el azul titila
sobre el otoño terrenal!
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