Fantasía desobligante
(Humberto Fierro)
El paredón ruinoso
que encierra el monasterio,
ostenta un angustioso
blancor de cementerio,
delante de la alcoba,
que yo habité algún tiempo;
allí tuve en la trova
un tétrico entretiempo,
y hasta el albor primero,
en alta noche, a dúos
oía el agorero
chillido de los búhos.
El espejo soñaba
su antigua pesadilla:
la luna derramaba
su tristeza amarilla
en la calleja pálida;
y arrastrando su hastío
mi alma iba hasta la cálida
canción que, en lo sombrío
del parque, clareaba
la fontana amarilla...
El espejo soñaba
su antigua pesadilla.
La campana lenta
de la Iglesia vetusta
golpeaba soñolienta
con agria voz robusta
el penoso silencio,
y tiemblan las oscuras
ventanas que presencio
trocarse en sepulturas,
donde la luna orea
geranios de flor mustia...
La campana golpea
con monótona angustia.
El reloj de mi estancia
martillaba en la sombra
con áspera constancia.
Yo corrí por la alfombra,
levantándolo en brazos,
y lo estrellé sonoro,
y al saltar en pedazos
del viejo marco de oro
la pesadilla blanca,
dejó una oscura fosa
que difundió una franca
respiración terrosa.
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